domingo, 11 de junio de 2023

NOS VAMOS AL REINO DE LEÓN

Como dijo Julio Llamazares, ilustre leonés, este viejo reino está ya sólo en la mente de algunos nostálgicos y románticos. Los calificativos son míos, que no me acuerdo bien de la cita del maestro, y no estoy por buscarla. Tuvo esta tierra mucho para ser reino y el que tuvo, retuvo. Hay que visitar la actual provincia de León para hacerse una idea de cuanto ofrece.
Primera parada: la A-6 pasa por Astorga, pero nunca había entrado a ver este histórico  enclave, la Asturica Augusta, romana, que después fue villa medieval y vivió otras épocas doradas.

 El Ayuntamiento barroco, buenísima pieza, denota la pujanza de la villa en los tiempos modernos. El comercio y la industria chocolatera del XIX le dieron a la ciudad la suficiente riqueza como para tener un palacio/castillo, firmado por el mismisimo Gaudí.

 Sabido es, que arquitecto y obispo eran conocidos y quizás amigos, ambos procedentes de Reus, pero esta maravilla de obra, construida en granito, con tejados de pizarra y decorada con fantásticas vidrieras y cerámicas, desde luego no se hubiera podido encargar sin una buena disposición de caudales, aunque ya empezada la obra, parece que surgieron problemas relacionados con el presupuesto, y que hicieron a Gaudí dimitir. La obra tardaría años en retomarse y sería finalizada por García de Guereta, que hubo de acabar y techar el edificio sin disponer de los planos originales.

 No entramos a la catedral, por no soltar otros siete pavos para echar sólo una ojeada, pero se la ve recia, importante por fuera y no será menos por dentro. Me hice una foto en una portada plateresca y andando.

De la antigua ciudad romana conserva muchos restos, destacan los lienzos de la muralla. Habría que haberle dedicado más tiempo pero nos esperaba nuestro siguiente destino.
La siguiente parada en Susañe de Sil.
Unos cincuenta pueblos forman la comarca de los Ancares, al NO de la provincia. De ellos los más importantes ostentan la categoría de sede municipal, como Palacios o Páramo de Sil, Fabero, Vega de Espinareda, Burbia, Peranzanes, etc... 
Los núcleos más pequeños tienen, así de primeras, mucho encanto y poca población. El pasado industrial y minero, como en  Fabero, salta a la vista y da la impresión de haber vivido tiempos mejores, están, estos pueblos, desde la reconversión de los ochenta a la búsqueda de nuevas fórmulas para mantener la población. En éste concretamente, los habitantes han caído a la mitad desde 1960 cuando llegó a tener más de ochomil. Actualmente hay actividad aún en alguna mina a cielo abierto, pero el cierre de las centrales térmicas le han dado la puntilla a la extracción minera.
Susañe me recordó a Navacepeda por tener un casco interesante pero muy deteriorado. Las casas son de piedra oscura con balconadas de madera y tejados de pizarra. Pero lo mejor del pueblo los paseos, entre castaños centenarios, vaya maravilla de arboleda.

Tercer destino: Subida al puerto de Ancares. Salimos el viernes para todo el día. Una excursión al país de los galos😉, que por momentos parecía que iban a aparecer Asterix y Obelix por cualquier esquina.
La primera parada en Vega de Espinareda, para ver lo que llaman allí su playa fluvial, un trayecto del río Cúa al que en verano convierten en piscina, con una compuerta por delante de su fantástico puente medieval.

A continuación subimos al puerto, había mucha niebla y por tanto no pudimos gozar de sus vistas que deben ser espectaculares.
Así pues nos dirigimos a una preciosa aldea Balouta, de cuya existencia yo sabía desde mis años universitarios porque tuve un compañero de este recóndito pueblecito.

También recordaba que él me había hablado de las pallozas, son las construcciones típicas de la zona, estuvieron habitadas hasta los setenta del siglo pasado, son rectangulares pero con esquinas redondeadas, cubiertas hechas a base de haces de centeno. El interior se dividía en una parte para casa y otra para establo. 
La vivienda con un espacio central donde estaba el hogar, la lumbre baja como decimos en mi pueblo, rodeada de escaños,  la familia hacía allí la vida; las llares colgaban en el centro y las trébedes sobre el fuego para cocinar.

 Un único dormitorio con una cama para el matrimonio y cuna para el más peque y sobrao para los demás rapaces y para la mocedad. Habitáculos para las labores propias de interior en los largos inviernos, hilar, tejer, hacer cestos, horno para cocer pan y un largo etc.

Aquí, en Balouta algunos tejados se han cubierto con placas de plástico o metal para conservarlos, dicen que ya casi no quedan teiteiros que los reparen y que es difícil encontrar centeno.
La chica que nos atendió en el Bar Miravalles, sobrina de mi compañero y muy amable, por cierto, nos dejó la llave para que visitáramos la palloza de su familia.
Desde ahí salimos para Suárbol, último pueblo de la provincia de León y del que nos llamó la atención el pórtico de su iglesia, sobrio y recoleto.

Y el siguiente pueblo estaba ya en la provincia de Lugo y mereció muchísimo la pena por la cantidad de construcciones tradicionales que conservaba. Su nombre, Piornedo. Visitamos una palloza transformada en un pequeño museo, su dueña, que la habitó hasta 1970, nos contó que allí nació su hija, de mi edad, y que es la artífice de esta interesante propuesta museística. No me entretengo en describirla por ser muy similar a la vista anteriormente. Pasamos un rato estupendo curioseando por allí, viendo cachivaches que algunos de nosotros habíamos conocido en nuestra propia infancia y preguntando al ama las dudas que nos surgían.
Mereció también la pena la visita por la comida, en realidad un caldo gallego y unos huevos fritos  con patatas y ternera en caldereta regado con vino de la tierra que nos sirvió la dueña del bar del pueblo y que sació la mucha hambre que ya llevábamos.
De vuelta a casa y como estos días de junio son tan largos, decidimos parar a lo alto del puerto por si pudiéramos, como así fue, disfrutar de tan hermosas vistas. Ya bajando y sin llegar a Sésamo (donde deberíamos haber cogido la pista), se nos ocurrió ir en busca de las pinturas rupestres desde otro camino forestal con el que nos topamos, lo cual nos hizo recorrer varios kilómetros por una pista sin asfaltar pegando botes. Costó dar con ellas, pero al fín lo logramos.

 Es un paraje chulo desde el que se observa todo el valle. Lo que ocurre es que las pinturas, si no eres una amante de la Prehistoria, te pueden dejar un poco fría, ya que aunque parece ser que hay muchas figuras, no se ven fácilmente,  están en una pared rocosa y son figuras esquemáticas un tanto desdibujadas por el paso del tiempo. Es lo que denominamos en prehistoria Arte levantino.
El cuarto destino, el sábado 10 de junio, era el valle de Fornela, hasta el último pueblo de la provincia siguiendo el río Cúa, Guímara, con caserío interesante, con sus tejados de pizarra, prados y arroyos, al fondo los montes, parece el sítio ideal para perderse y alejarse del mundanal ruído.

El problema fue que estuvo lloviendo toda la mañana y el tiempo no acompañó.

Durante la visita al Castro del Chano nos cayó una buena zurra, yo como no soy capaz de sujetar un paraguas, decidí volverme, y tomar un café, con Carlos, al resguardo de un bar instalado en una choza.

Abajo, junto al aparcamiento hay varias de ellas, construidas de modo semejante a como debieron ser las de la Edad del Hierro.
Cuando bajaron mis compañeros, visitamos otra, también dedicada a museo, cuya guía nos explicó un montón de cosas curiosas a la par que interesantes 😉, entre otras que el humo se salía por los tallos de las pajas de los centenos, sin hacer falta chimenea (cosa que venía llamando mi atención desde que vimos las pallozas el día anterior). También nos habló del reciente pasado minero de la zona, y nos mostró unas torres de metal abandonadas que sirvieron para bajar el carbón al valle (y que semejaban remontes de esquí abandonados), y desde ahí por ferrocarril a los lavaderos de la cuenca del Sil, desde donde emprendía viaje a la industria siderúrgica del Pais Vasco.
Seguía lloviendo tras la visita, la comida la hicimos bajo una de esas construcciones techadas que hacía las funciones de merendero. ¡Qué hambre da en el campo! 
¡Qué rico todo!, el queso y el chiche está mucho más bueno por ahí fuera.
El café lo tomamos en El Chano, un pueblecito junto al río, bajando hacia nuestra casa. Tengo que hacer referencía a local, magnífico, donde los lugareños echaban una partidita, se escuchaba rock y no cabía otra bufanda de equipos de futbol europeos, sólo modestos, nos dijo el camarero.
Como llegamos pronto a casa, algunos aprovechamos para dar un paseo por los castañares y otros para echar un mus.
La casa disponía de una extraordinaria terracita, con vistas a la sierra, donde disfrutamos de cervecita y conversación, aprovechando, como dije antes  las tardes interminables de junio.
La quinta visita a Cacabelos, el domingo, el equipo se dispersó, que algunos tenían que volver ya para casa. Esta villa, está en el Camino de Santiago, constantemente pasan peregrinos, oyes hablar distintas lenguas, el paseo lo dimos por la ribera del río. También tiene playa fluvial, un monasterio/ albergue de peregrinos y la iglesia, muy reconstruida que conserva tan sólo un abside románico original.
Lo mejor, la comida, en la Moncloa de San Lázaro, un enorme recinto, para eventos, con tienda de productos típicos y terrazas. Fue ahí donde por fin degustamos un fantástico botillo, y una copita para digerirlo escuchando la tormenta en uno de sus pórticos cubiertos.

Algunos aún disfrutamos de tarde de paseo por el pueblo y tras pasar la última noche en la casa rural, el lunes, día doce de junio, emprendimos la vuelta.
Tras parar a comer en mi ciudad favorita, que como bien sabe todo el mundo, es Salamanca, llegamos a casa con la mente cargada de imágenes, cerros, carbón, pizarras, agua, pallozas, castaños, palacio de Gaudí... y paleta de jamón...🤩🍻😋😋.

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