domingo, 2 de mayo de 2021

PARA FIESTAS LAS DE ANTES...

Para fiestas las de antes y para viajes los de antes y si no, espera que te lo cuento.

Habían pasado ya varios días de las fiestas de San Juan de agosto aquí en Navacepeda, cuando llegó un pariente de aquellos que teníamos siempre todos al sur de la sierra de Gredos. Le recibimos con buen agrado, mi madre le dio de cenar y cuando la conversación con mi padre animada por la bota, llego al tema de las próximas fiestas de Candeleda pues le pidió a mi padre que nos dejara ir con él, que seguro lo pasaríamos genial y veríamos al resto de parientes del sur.

Como las labores del campo aflojaban para nosotras en esos días, cogimos un hato con la ropa y los zapatos nuevos, los de los días de fiesta, y cuatro cosas más y junto con otro primo y otra prima echamos a andar. Amanecía cuando salimos de Navacepeda y el sol jugaba con las nubes creando una atmosfera de impresionantes tonos anaranjados que presagiaba la increíble aventura que estábamos a punto de comenzar.

Primero a Bohoyo que no sé qué negocios tenía el pariente allí y una vez resuelta la cuestión venia lo duro, había que cruzar la sierra hasta la vertiente sur cosa que a día de hoy con mis 92 años no se me ha olvidado.

Largo recorrido tiene la garganta de Bohoyo, por una vereda arriba, primero entre robles, después entre piornales inmensos, que imaginaba yo serían como un mar amarillo en el mes de junio, más arriba andando entre pedregales y praderas alpinas con un sol inmisericorde y que con el calzado que llevábamos, unas sandalias de mala muerte, pegando tropezones y agotadas llegamos a la fuente de los serranos, aún recuerdo los enormes neveros y el agua helada de la fuente que junto con la merienda nos dio las fuerzas suficientes para terminar de coronar el Belesar y comenzar la eterna bajada hacia Candeleda. No podía imaginarme que Candeleda estuviera tan lejos no sé cuántas horas de bajada, se nos hizo eterno, a media tarde pasamos por una majada de cabreros donde nos dieron un vaso de leche de cabra recién ordeñada, dentro del chozo paramos a descansar, qué ambiente más confortable estaba fresquito con el agua de una fuente corriendo entre los cántaros de la leche para enfriarla y los quesos escurriendo en las tablas, continuamos bajando y al anochecer solo recuerdo que lo primero al llegar fuimos a la botica y nos dieron algo para el cansancio y para las ampollas de los pies.

Aquella noche dormimos agotados y nos perdimos la víspera, pero al día siguiente la romería a Chilla, qué emoción ver tan milagrosa Virgen y vaya jotas y pasodobles que nos bailamos después al son de dulzainas y tamboriles en la explanada de la ermita y qué guapos los mozos y mozas, tan elegantes, todavía recuerdo los picaos de sus manteos y los floridos ramos de los pañuelos de los trajes de fiesta de ellas, como se meneaban los faldones con los giros y los saltos de las jotas.

Después sacamos la manta y a la sombra de un enorme roble extendimos el condumio, que rico todo, la tortilla de patatas, el chiche y la bota sin parar, lo mejor estaba por llegar una exquisita caldereta de un novillo toreado en la plaza por los mozos.

Así pasamos las fiestas con alegría y junto a nuestros parientes que casi nunca veíamos.

Todo ésto terminó y había que regresar, si cuesta había desde el norte mucha más desde el sur, remontando poco a poco aquellas profundas gargantas fuimos viendo a los que solían transitar esas veredas con burros y caballos, con serones y aguaderas, subiendo higos tomates, pellejos de vino y demás productos de la prolífica huerta del sur, también gente del norte que bajaba con cargamentos más pobres algún animal y poco más, hasta que horas después llegamos a el alto del puerto de Candeleda, ya estábamos en casa, solo faltaba bajar a la Plataforma y los 12 km hasta Navacepeda. Llegados a la Plataforma, más cansados que las yeguas después de la trilla, nos sentamos a meter los pies en el agua de la garganta y a comernos un cacho de pan. Estábamos pensando en llegar a Polvoroso y quedarnos a dormir en la enrramá de mi padre porque las fuerzas ya flaqueaban y en esa época del año estaban allí los pastores con las ovejas y seguro nos daban buena cena.

 En ese momento, gracias no sé si a la Virgen de Chilla o a nuestra Señora de la Antigua llegó un cura con un coche viejo y destartalado, con él al momento entablamos conversación contándole nuestra agotadora aventura, él apiadándose de nosotros se avino a traernos al pueblo en su coche dando saltos por aquel camino aun sin asfaltar con la condición de que debíamos prepararle para cenar unas sopas de ajo.

El relato acaba como empezó, con mi padre comiendo unas sopas de ajo con el cura y haciendo circular la bota mientras nosotros contábamos nuestras aventuras al resto de hermanos y primos que se habían quedado sin ir. Quizás otro año, quien sabe.

Más de tres cuartos de siglo han pasado ya desde aquel suceso y lo guardo en la memoria como uno de los recuerdos más gratos de mi juventud.

 

 

 

 

 

 

 

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