Para fiestas las de antes y para viajes los de antes y si
no, espera que te lo cuento.
Habían pasado ya varios días de las fiestas de San Juan de
agosto aquí en Navacepeda, cuando llegó un pariente de aquellos que teníamos
siempre todos al sur de la sierra de Gredos. Le recibimos con buen agrado, mi
madre le dio de cenar y cuando la conversación con mi padre animada por la
bota, llego al tema de las próximas fiestas de Candeleda pues le pidió a mi
padre que nos dejara ir con él, que seguro lo pasaríamos genial y veríamos al
resto de parientes del sur.
Como las labores del campo aflojaban para nosotras en esos
días, cogimos un hato con la ropa y los zapatos nuevos, los de los días de
fiesta, y cuatro cosas más y junto con otro primo y otra prima echamos a andar. Amanecía cuando salimos de Navacepeda y el sol jugaba con las nubes creando una
atmosfera de impresionantes tonos anaranjados que presagiaba la increíble
aventura que estábamos a punto de comenzar.
Primero a Bohoyo que no sé qué negocios tenía el pariente
allí y una vez resuelta la cuestión venia lo duro, había que cruzar la sierra
hasta la vertiente sur cosa que a día de hoy con mis 92 años no se me ha
olvidado.
Largo recorrido tiene la garganta de Bohoyo, por una vereda
arriba, primero entre robles, después entre piornales inmensos, que imaginaba
yo serían como un mar amarillo en el mes de junio, más arriba andando entre
pedregales y praderas alpinas con un sol inmisericorde y que con el calzado que
llevábamos, unas sandalias de mala muerte, pegando tropezones y agotadas
llegamos a la fuente de los serranos, aún recuerdo los enormes neveros y el
agua helada de la fuente que junto con la merienda nos dio las fuerzas
suficientes para terminar de coronar el Belesar y comenzar la eterna bajada
hacia Candeleda. No podía imaginarme que Candeleda estuviera tan lejos no sé
cuántas horas de bajada, se nos hizo eterno, a media tarde pasamos por una
majada de cabreros donde nos dieron un vaso de leche de cabra recién ordeñada,
dentro del chozo paramos a descansar, qué ambiente más confortable estaba
fresquito con el agua de una fuente corriendo entre los cántaros de la leche
para enfriarla y los quesos escurriendo en las tablas, continuamos bajando y al
anochecer solo recuerdo que lo primero al llegar fuimos a la botica y nos dieron
algo para el cansancio y para las ampollas de los pies.
Aquella noche dormimos agotados y nos perdimos la víspera,
pero al día siguiente la romería a Chilla, qué emoción ver tan milagrosa Virgen
y vaya jotas y pasodobles que nos bailamos después al son de dulzainas y
tamboriles en la explanada de la ermita y qué guapos los mozos y mozas, tan
elegantes, todavía recuerdo los picaos de sus manteos y los floridos
ramos de los pañuelos de los trajes de fiesta de ellas, como se meneaban los
faldones con los giros y los saltos de las jotas.
Después sacamos la manta y a la sombra de un enorme roble
extendimos el condumio, que rico todo, la tortilla de patatas, el chiche y la
bota sin parar, lo mejor estaba por llegar una exquisita caldereta de un
novillo toreado en la plaza por los mozos.
Así pasamos las fiestas con alegría y junto a nuestros
parientes que casi nunca veíamos.
Todo ésto terminó y había que regresar, si cuesta había
desde el norte mucha más desde el sur, remontando poco a poco aquellas
profundas gargantas fuimos viendo a los que solían transitar esas veredas con
burros y caballos, con serones y aguaderas, subiendo higos tomates, pellejos de
vino y demás productos de la prolífica huerta del sur, también gente del norte
que bajaba con cargamentos más pobres algún animal y poco más, hasta que horas
después llegamos a el alto del puerto de Candeleda, ya estábamos en casa, solo
faltaba bajar a la Plataforma y los 12 km hasta Navacepeda. Llegados a la Plataforma, más cansados que las yeguas después de la trilla, nos sentamos a
meter los pies en el agua de la garganta y a comernos un cacho de pan. Estábamos
pensando en llegar a Polvoroso y quedarnos a dormir en la enrramá de mi
padre porque las fuerzas ya flaqueaban y en esa época del año estaban
allí los pastores con las ovejas y seguro nos daban buena cena.
En ese momento,
gracias no sé si a la Virgen de Chilla o a nuestra Señora de la Antigua llegó un cura con un coche viejo y destartalado, con él al momento entablamos
conversación contándole nuestra agotadora aventura, él apiadándose de nosotros
se avino a traernos al pueblo en su coche dando saltos por aquel camino aun sin
asfaltar con la condición de que debíamos prepararle para cenar unas sopas de
ajo.
El relato acaba como empezó, con mi padre comiendo unas sopas
de ajo con el cura y haciendo circular la bota mientras nosotros contábamos
nuestras aventuras al resto de hermanos y primos que se habían quedado sin ir.
Quizás otro año, quien sabe.
Más de tres cuartos de siglo han pasado ya desde aquel
suceso y lo guardo en la memoria como uno de los recuerdos más gratos de mi
juventud.
Muy bueno Lourdes.
ResponderEliminarEs de mi hermano. Nos lo cuenta mi tía cada verano. Gracias!!!
EliminarMuy bueno Lourdes.
ResponderEliminarMuy bueno Lourdes.
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